Tal vez por eso estudié Psicología.
También Programación Neurolingüística, EMDR, Coaching, Terapia Sistémica y tantas otras herramientas.
Porque no creo en las fórmulas mágicas, creo en los procesos reales.
En cada sesión, sucede algo sagrado:
se deja de lado el deber ser, y aparece lo que es.
La herida que dolía en silencio, la emoción que se tragaba con fuerza, la tristeza que nadie más miraba, el miedo de no estar pudiendo.
La terapia no es solo “hablar de lo que duele”.
Es crear un espacio donde el alma pueda respirar.
Donde lo que callaste por años, por fin tenga lugar.
Donde reconstruirte no sea un ideal lejano, sino un paso amoroso hacia vos misma/o.
No creo que nadie esté roto.
Creo que todos tenemos partes que aún no fueron miradas con suficiente ternura.
Y eso es lo que hago: acompañar con respeto, con profundidad, con herramientas y con presencia.




Gracias a quienes me han dejado ser testigo de sus procesos.
Gracias a quienes confían, aún en sus días más oscuros.
Gracias a quienes me permiten compartir la tinta para reescribir sus historias.
Todavía queda mucho camino por recorrer.